Este invierno no se siente tan frío como los anteriores; ahora tengo una mano que agarrar. Cuando uno pasea a la lumbre de una buena conversación, las bajas temperaturas se sobrellevan mejor que cuando te desplazas por necesidad. Con ella, que me ofrece mano y paraguas, suelo comentar por encima sobre qué irá el próximo artículo de Rococó.
Reconocí que no tenía nada pensado, y que recurriría a la larga lista de temas que apunté antes de empezar a publicar. Unos cien pasos y dos carcajadas más adelante, le dije que escribiría sobre La costilla de Adán, la película de George Cukor que vimos la noche anterior. Reúne todo lo que me gusta, la moda de los cuarenta, gente guapa, escenas que parecen de teatro y diálogos bien hilados, y trata de forma elocuente dos cuestiones sobre las que me gustaría escribir: el feminismo y las diferencias entre hombre y mujer.
Tres pasos y un suspiro más tarde, frunció el ceño y me dijo que, pese a que le gustaba la idea y compartía mis premisas, creía que era un tema delicado como para escribir tan pronto sobre él. Acababa de empezar la newsletter, y durante cinco pasos dejamos de ser amantes para ser madre e hijo. Dispongo de muchos temas sobre los que escribir como para meterme ahora en camisas de once varas. Al fin y al cabo, sabio es escuchar a quien te quiere. Treinta pasos más tarde ya había desechado completamente la idea.
Acabamos de pasear, entramos en casa, abrí una cerveza, cenamos, nos metimos en la cama, hicimos el amor y rozamos los pies con la bolsa de agua caliente de por medio. Se quedó dormida, y yo cogí el móvil para poner la alarma. Al desbloquearlo, vi el siguiente versículo de la Biblia en el widget que tengo en la pantalla principal:
Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no volváis otra vez a estar presos en el yugo de la esclavitud.
Gálatas 5:1
Por poco me pita el oído del tortazo. No me dolía la mejilla, sino el espíritu. Nací libre, pero había decidido volver a la seguridad y comodidad de la celda. Me mentí pensando que no estaba lo suficientemente formado en el tema, que diría alguna idiotez o que era inapropiado. Es mentira, sólo era cobardía. Comencé esta newsletter para ejercitar mi espíritu. Quería hacer público lo que me daba miedo decir en privado, lo que realmente soy pero nunca dejo ver.
Todo lo que pueda merecer la pena ser leído es sincero. Tiene que salir de dentro. No se puede engañar al lector. Escribir permite trasladar lo que piensas y sientes a otra persona trasgrediendo las barreras del espacio y del tiempo. Es un ejercicio, por lo tanto, de libertad. Pero cuán fácil se corrompe por no ser precisos con el lenguaje o por coger la pluma con miedo a trazar lo que uno verdaderamente siente o piensa. El escritor sólo ha de mostrarse a sí mismo. No tiene que reflejar la realidad que el público observa, ni atender sus inquietudes y, ni mucho menos, ir en concordancia con su tiempo. Literatura es libertad.
Y yo nací libre para obrar en busca de lo correcto, no lo conveniente. Los perros y los gatos buscan lo conveniente. ¿Sólo soy eso?. Nací libre para obrar en busca de lo bueno y lo bello, no para vivir cómodo. Soy fruto del pecado original. He sido arrojado a este mundo para responsabilizarme de decisiones que estoy obligado a tomar. No decidir es una decisión también. La libertad abruma, y por eso tendemos a escabullirnos de ella. Nos da miedo y nos incomoda, hasta que nos la arrebatan. Cristo nos libera para encontrarnos con Él. La cruz de Cristo es libertad.
Comprendí que no es sólo un derecho inherente, sino un deber. He de enfrentarme al miedo a equivocarme o al pasajero malestar que podría provocarme que algún lector me insulte y se dé de baja. Si escribo pensando en lo que quieren leer los demás, jamás escribiré nada; sólo reforzaré una idea que ya estaba dentro de sus cabezas.
Esta sociedad tan a la última admite todas las razas, todos los pesos o todas las sexualidades, pero sólo una forma de pensar. Empiezas a evitar tocar ciertos temas, te piensas dos veces si tuitear algo y comienzas a callar por sistema. Al que levanta la voz, pronto se le ataca y cancela. Pero lo que hoy está bien, mañana estará mal; lo que hace siglos era mentira ahora es verdad; el que era bueno ahora es malo; y los malos de hoy serán recordados como buenos. ¿Quiénes somos para juzgar y discernir entre el bien y el mal? Ante la duda, siempre libertad.
Tal vez el artículo que originalmente iba a escribir partiera de una premisa equivocada. Quizá lo hubiese elaborado mal o, simplemente, acabaría siendo una perogrullada que todos ya sabemos. No lo sé. ¿Cómo saberlo sin someter mis pensamientos al tribunal del papel y la tinta? Si evito trabajar mi entendimiento por miedo o conveniencia, no sólo me daño a mí mismo, impidiéndome aprender de mis errores e ideas equivocadas, sino que también te falto el respeto a ti. No hay peor censura que la autocensura. ¿Qué leeríamos si todos los autores hubieran escrito lo que les era conveniente en ese momento? No existiría la literatura. ¡Estaríamos condenados a leer esa basura de libros que llaman de autoayuda!
Hay quien se obsesiona tanto por lo conveniente y lo cómodo que deja de vivir su vida por pereza. El robot le limpia, Just Eat le cocina, ve las películas que Netflix sugiere y evita ser el diferente para no buscarse problemas ¡Hasta se enamora de quién le es práctico!
«Probablemente amaría a cualquiera que viviera enfrente de mí. Es tan conveniente. ¿Hay algo peor que tener que llevar a una chica a su casa y luego volver a la tuya todo ese largo camino solo?»
Frase de Kip Lurie en ‘La costilla de Adán’
Yo prefiero la gresca y vivir acorde a lo que crea correcto en ese momento. ¿Me acompañas?